miércoles, febrero 23, 2005

De maratones cinematográficos..

Mar Adentro ha iniciado el ciclo personal de cine previo a la entrega del Oscar. Enfrascado estoy en una carrera para ver la mayor cantidad de películas posibles antes de la ceremonia del próximo domingo. Claro las que están a nuestra disposición en las carteleras meridanas. Siempre he pensado que el cine está hecho para verse en una sala con pantalla de gran formato y no en una pantalla de computadora o televisión. Aunque mi televisión no es muy chica (29') debo decir que prefiero mil veces pagar un boleto por el cine, que ver una copia (legal o pirata) de cualquier película. Claro que el DVD, ha dado la posilibidad de armar una videoteca particular, pero aún así nada como la experiencia de ver una cinta por primera vez sentado en la oscuridad de una sala cinematográfica. Continúa hoy el maratón con Finding Neverland y seguirá viernes y sábado con los probables estrenos de Ray y Sideways...ya veremos.
The Sea Inside...
La película de Alejandro Amenábar ha resultado un viaje alucinante. Lúdica y poética, Mar Adentro (review... tal vez más tarde) también es una lección de vida a través de la muerte. Independientemente de que uno esté a favor en contra de la Eutanasia, la película tiene la gran virtud de atreverse a tomar partido y de provocar una fuerte reacción en el espectador. Javier Bardem presenta una actuación de antología y construye un personaje admirable. ¿Por qué no está nominado al Oscar? por razones que solo los "cerebros" de la Academia entienden. Esta es una de las mejores actuaciones del año (si no es que la mejor).
La vida del Tetrapléjico Ramón Sampedro me ha impactado. He decido buscar su libro, del que solo he hallado fragmentos. Aquí dos de ellos...
"Veintiséis años después he vuelto a probar la dulzura de unos labios. Ya casi se me había olvidado esa ternura. Retornó con ellos el amor de la mano de una mujer a la que adoro, pero también regresó el infierno, porque también retorna el deseo de sentir mi cuerpo abrazando al suyo pero la impotencia ni siquiera me permite acariciarlo con la mano”.
“No se le puede dar más apoyo, más respeto, amor, cariño y calor humano solidario a nadie. Es decir, no se puede hacer nada más de lo que todos vosotros hicisteis por mí.Pero lo que no le podemos dar a nadie, por mucho que queramos, es la esperanza. Esa sólo nace en el fondo de nosotros mismos. Yo perdí la mía el día en que me dijeron que no había nada más que hacer para curarme. La vida tiene que tener un sentido. Y tiene sentido mientras esperamos algo...”
Ramón quiso morir el día en que su sobrina Rosita estaba sola con él y lloraba, tosía y se atragantaba. Él la miraba y tocaba la cima de la impotencia. Quería morir la tarde en que su madre se desmayó en el pasillo y él no podía hacer nada. Quería morir cada vez que se daba cuenta de que no volvería a amar. Ramón se consideraba un muerto crónico. Veía el mundo desde abajo, desde una horizontalidad que le humillaba y le hacía sentir como un niño al que los demás se empeñaban en consolar. Y quería gritar que no estaba desesperado, ni loco, ni deprimido. Sólo quería deshabitar el infierno: “Mi equilibrio – si lo es- consiste en saber que se puede sobrevivir domesticando el infierno, pero sin olvidarme jamás de que es absurdo permanecer en él”.
Todo lo anterior me ha hecho pensar en la vida, pero sobre todo en la muerte. ¿Habrá algún momento en el que desearé morir? ¿Bajo que circunstancias puede presentarse esta situación? ¿Hasta donde se termina la esperanza que nos alimenta a todos? Tal vez esa esperanza se halla después de la muerte. Si la religión cristiana nos ha enseñado que estamos en un momento de transición, que más allá existe un cielo, un paraíso reservado para nosotros, tal vez la muerte sea la máxima representación de la esperanza. Entonces ¿por qué las iglesias se oponen tanto a que una persona decida( en pleno uso de sus facultades mentales y enfrentado a situaciones físicas extraordinarias) por voluntad popia, tomar ese camino que lleva, según lo que enseñan, a un nuevo estado, a lo que tal vez podamos definir como el triunfo final?. Amo a la vida, más no le temo a la muerte. Finalmente todos tendremos que dar ese paso alguna vez, pero...si en algún momento debo elegir entre una vida infernal o una muerte que me permita salir de ese infierno, espero tener la libertad para tomar la desición correcta.
Paradojicamente, la vida de Ramón Sampedro fue un verdadero ejemplo. Su vida, fue una vida de lucha, aún cuando él había renunciado a ella (por voluntad propia) desde el momento en el cual queda imposibilitado a moverse. Una lucha por el derecho a morir con dignidad.
Para saber algo más sobre Ramón Sampedro: